jueves, 18 de octubre de 2012

Rosas de Verano (I y II)


Aquí os dejo una historia que escribí hace algunos años en el Trafalgar Información y hoy me ha dado por recordarla.

Cuando caían las cuerdas de la mano de su verdugo y todo quedaba atrás, le dio por pensar en aquella noche silenciosa, verano sediento de demonios, pasiones cuajadas en llamas... Calle abajo caminaba ella, figura sinuosa, altura igual que a la que llega un niño al saltar para coger un caramelo de la estantería, pelo largo que caía como un manantial de agua pura y acababa en la parte rocosa que comprendía aquel riachuelo; hombros huesudos y visibles al descubrirse con una transparente camisa de seda blanquecina. 


Ya despuntaba el perfil de su boca, suave lineal, propia del más prestigioso pintor, obra del más preciado escultor. Al menos, eso creía. El recorrido fue corto, pero las ranuras de aquella vieja persiana de plástico, del color del nácar, fue suficiente cámara para tal diamante, verdes ojos, suspiros completos. Todavía no le conocía y ya suplicaba por ella; parecía decimonónica y con una pasión por delante. Una tarde en la playa, recordó por un instante aquellos labios, besó a una hermosa joven que le acompañaba. Pero su desengaño fu tal, que no pudo contener su tristeza y salió corriendo pensando en aquella niña que ni le miró al pasar.

            Comprando rosas en el mercado, descubrió tras una cortina de amapolas, al igual que aquella noche, que ella también compraba flores, esta vez, aunque le ignoraba por completo, para un familiar que cumplía años. Pero entre el olor a rosas y verano ardiente, no tuvo más remedio que recomendarle –a ti te viene mejor los gladiolos- y ella algo asustada, con el corazón a cien, porque algo sucedía, algo que no se lo esperaba, ni se lo esperaría jamás. Su amor platónico le había hablado. -Es verdad, gracias- con una voz entrecortada no tuvo más remedio que contestarle. Sabían las flores que esa sería la primera piedra de un gran castillo y, como por arte de magia, o por culpa del caprichoso levante, cayeron pétalos de violeta en los cabellos de ambas partes. 

Y fue, de este modo, cuando la parla se desató. Al cobijo de un cañizo de un chiringuito en  Caños de Meca, donde la bruma contagiaba a un aire de humo con acentos moriscos, charlaban, bromeaban, mientras que el hielo se consumía rápidamente en sus vasos, cargado uno de whisky escocés con cola, como tomaba siempre, aunque esta vez el barman se pasó con la botella, acompañada de un dulcísimo sabor que le contrastaba el gajo de limón cortado, colocado al filo del vaso de tubo; y para ella, un Malibú  dulzón que al tomar cada trago le ardía la garganta, aunque no supo muy bien por lo que era, si el alcohol o por culpa de quien tenía enfrente.
 
El piso quedaba cerca de la playa, fue fácil por tanto acompañarla al filo de las seis y cuarto de la madrugada a su casa. Bromas, risas, vueltas de cabezas y un beso que llegó hasta el corazón de cada mejilla, que no dudó en poner la otra. Las llaves al suelo, acercando posturas, abrazos a hurtadillas y besos en la casapuerta, como aquellos ‘simulacros’ de cuando eran niños, pero que distinto era todo aquello ahora.  -Entremos- con un nerviosismo interno que se le escapó. En ese momento los nervios, la vergüenza, el esconderse para que no fueran descubiertos sus deseos, pasaban a un segundo plano, como si cambiara todo de repente al cruzar aquella puerta de madera. 

Quizás la calle y su mundo se contrastaba con la soledad de una alcoba, a la que, por cierto, no tardaron mucho en llegar, sin luz, simplemente un  rayo que se quería colar por aquella ventana de una luna celosísima. Esa noche de infierno sería para dos, y dos en una misma cama. El ventilador, arriba, giraba unas aspas sigilosas como queriendo ser partícipe del ritmo que se cortejaría en breve. Eran dos flores a punto de entregarse.

Misericordiosos labios, que no conocían hombre alguno, ni tampoco lo quería, ella sonrió y siguieron besándose. La noche fue cayendo.

Tras varias noches repitiendo y cinco años deleitándose, ella decidió que las cosas debían cambiar y el peso de la responsabilidad cayó sobre sus propios hombros, y cuando volvió de sus trabajo cansada de tanto escribir y sellar cartas de los sindicatos,  con una cabeza jaquecosa causa de su temprana venida, descubrió con lágrimas en los ojos que otra luna ocupaba su cama, pero no era luna, sino sol.

Lágrimas derramadas, aquellas noches entrecortadas, esa vieja persiana por donde le miraba, esos ojos verdes en el mercado, las rosas, la arena de Las Beatillas... nada fue suficiente para que su amor perdurara. El cuchillo fue su principal aliado y las sangrientas venas, fueron sus mejores compañeras, mientras de fondo escuchaba los versos de amor que siempre le había recitado aquel gemido transformado en poesía. No pudo aguantar más.

Cayeron por fin las cuerdas de su desdichado verdugo, y caminando hacia el hospital, su nublada vista quebró y no tuvo más remedio que suspirar por los ojos verdes y los labios suaves de aquella joven de diecinueve años que hoy, ya mujer, al mundo le desterró con un engaño. Quizás viva soñando con los suaves labios en otro rincón de su sueño, recordando el momento que se arrullaban aquellas las rosas de verano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias de antemano por escribir tus comentarios. Al haberte tomado la molestia de proceder a escribir algo seguro que sabes que es importante, como gente civilizada que somos, no escribir insultos ni nada por el estilo. Lo dicho, muchas gracias. El editor de este blog no se hace responsable de las opiniones vertidas.